lunes, 31 de marzo de 2014

El mundo a través de sus ojos

Que bonito es ver el mundo a través de los ojos de tu hijo. Ver su cara de asombro cada vez que un pájaro revolotea a su alrededor, su alegría cuando te ve después de un rato sin estar juntos... Cada día está lleno de cosas nuevas e increíbles que se reflejan en su cara. No hay nada más maravilloso que ver su cara de total concentración cuando juega con sus juguetes él solito, ni mayor sensación de plenitud que la que sientes cuando lo ves dormir plácidamente en su cama, agarrado a su peluche favorito y con el chupete en la boca...
Te dicen que un hijo lo es todo, y no sabes qué gran verdad es esa hasta que lo vives. No sabes hasta que punto nada más importa cuando él te viene, te da un beso, te abraza fuerte y te dice con sus palabras que te quiere. 
Espero que me disculpéis este ataque de sentimientos, pero hay cosas de ser padres que no tienen barreras ni entienden de fronteras. Y este post va de eso, de ser padres. No importa donde. Y habla de la nostalgia, de ver que con sólo algo más de año y medio ya no queda nada de nuestro bebé, de lo rápido que pasa el tiempo y de las ganas que tenemos de que cada instante que pasa dure para siempre y poder disfrutarlo más de lo que lo hicimos. Pero lo cierto es que cada día que pasa también es todo si cabe más bonito.
 Por supuesto, todos los días están llenos de miedos y dificultades. Antes, miedo de cuidarle bien, de que no le pasase nada. Ahora, a ése, hay que sumarle un miedo diferente. Ese peso de la responsabilidad de educarlo bien, de enseñarle a ser persona, y esa senscacion de poder equivocarte en cada decisión y que eso provoque un daño irreparable en su futuro... 
Mil y una cosas en las que nunca pensaste y que ahora ocupan cada día de tu vida, relegando todo lo demás a un segundo o tercer plano, al mundo de lo insignificante. Porque sientes que nada más importa. 
Pero veinte millones de veces al día te das cuenta de que todo eso merece la pena, que lo harías una y mil veces, con tal de tener esa personita que te mira como si fueses lo único que existe en el mundo mientras te llama mamá.


 







martes, 18 de marzo de 2014

El ataque de los virus

En la última entrada os contamos que Iago venía de varios días de estar malito. Pues bien, no hace ni un mes de aquello, y ya tuvimos que pasar por el hospital dos veces. Una temperatura de casi cuarenta de fiebre es más que suficiente para asustar a cualquier padre, pero más si cabe a unos padres primerizos a más de diez mil kilómetros de su hábitat natural.

Lo peor de todo es la sensación de impotencia de ver a tu hijo pasarlo mal, no tener casi ni fuerza para protestar y no tener ni idea de que es lo que le duele o le produce la fiebre. Porque esta última vez parece que estaba claro que tenía agmidalitis, pero las dos anteriores no. Sólo fiebre, sin otros síntomas. Y no. Internet no ayuda.

La visita al médico aquí es, como todo, una aventura. Las dos veces nos coincidió fin de semana, y su pediatra no pudo verle, porque aquí somos muchos y las citas hay que pedirlas con tiempo o estás perdido, así que tuvimos que ver al doctor que estaba de guardia, cada vez uno distinto, y eso hace las cosas algo más difíciles.

Siempre te quedan dudas de si has entendido bien al doctor o no, porque cuando estudias inglés nunca piensas en aprender términos médicos o enfermedades. Ahí si que ayuda tener el traductor de Google a mano. Términos como rash o tonsilitis eran completamente desconocidos para nosotros antes de Iago.
Descubrimos una nueva forma de hacer las cosas. Aquí los hospitales tienen la farmacia integrada, y una vez que el doctor te prescribe los medicamentos (muchos, siempre) vas a pagar, te dan un número, como en la carnicería, y esperas a que te despachen los medicamentos. Nada de el bote entero, sólo las dosis que considera necesarias, con su etiqueta explicándotelo todo. Es un sistema eficiente, evita que en casa se te acumulen botes de jarabe a medio usar que luego no te atreves a dar.
Otro descubrimiento es el de los paños fríos con adhesivo que venden aquí. Es un invento japonés muy útil, que todos los bebés usan aquí cuando tienen fiebre. Se le quita la pegatina y proporcionan un buen rato de frío a la frente. No se cae y es muy cómodo de usar. Al principio Iago sólo quería arrancárselo, pero con los días se fue acostumbrando.

Poco a poco estamos volviendo a la normalidad. Las amígdalas se están replegando a su posición normal, y también los ganglios de la garganta. Iago ya puede salir de casa y vamos volviendo todos  un poco a la rutina de playground, parques y clases. Y de dormir de noche.

Fue un susto, pero somos conscientes de que es algo por lo que hay que pasar, y que esto no es nada comparado con lo que nos espera a partir de agosto cuando Iago empiece la guardería y los virus campen a sus anchas. Porque es cierto, se nos olvidaba, la semana pasada llegó la carta de la guardería diciendo que Iago había pasado la entrevista y logrado plaza en el turno de mañana. Para empezar en agosto las clases en inglés, (mayoritariamente) cantonés y mandarín. Increíble. Pero bueno, eso será otra historia.





Vuelta al cole

Todo pasa y todo llega. Nunca esta frase tuvo tanto sentido como ahora. En España estáis todos ya en la última fase d...